El seis de enero se celebra tradicionalmente en parte del mundo la llegada de los llamados Reyes Magos de Oriente a ofrendar y honrar a un recién nacido que conocemos como Jesús.
Estos personajes -cuyo número varía en las diferentes narraciones de la historia, pero hoy vamos a quedarnos con el tres por su simbología- eran sabios astrólogos caldeos, que seguían pronóstico zoroástrico (sabio o avatar solar que considera el sol, la luz como la energía divina de todo, lo que llevará al culto a Mirra y a todos los cultos solares posteriores). Científicos e iniciados, habían observado los astros y predijeron que llegaría avatar del sol, una porción de la divinidad solar a la Tierra en un momento en que Saturno y Júpiter, después de cientos de años se encontraban de nuevo. Estos dos grandes planetas son los marcadores del tiempo, de los cambios profundos. De manera que no seguían una estrella, seguían una conjugación de astros, una carta natal concreta en el inicio del periodo pisciano, de la compasión y unidad.
Recordemos que el relato es simbólico. De esta manera, cada uno de estos sabios astrólogos ( todas las ciencias y sabiduría estuvieron unidas a la astrología) portaba una ofrenda: oro, incienso y mirra, un símbolo que marcaba también lo que plasmaba la carta natal de este niño. El oro representaba el sol, pues estaba escrito en su carta que ese niño era avatar de una porción del sol, de la divinidad solar, que venía a traerla y manifestarla en la Tierra. Una semilla de brillo divino que recordara encender el brillo de cada cual. El incienso era un purificador y un amplificador de conciencia que representaba a Júpiter, el anciano planeta de origen solar capaz de expandirse y ver más allá, desde la alegría. La mirra era un producto sagrado e iniciático custodiado generalmente por las sagradas sacerdotisas miróforas en diversas culturas (Myriam de Magdala seguramente fue una de ellas). Representa a Saturno, que muestra la maestría, el cauce y también el cierre y apertura de ciclo. Para algunos representa la muerte de algo para producir el renacimiento desde mayor sabiduría y maestría. La mirra es una resina que se empleaba para los iniciados y también para embalsamar cuerpos. Recordemos que son las mujeres, con guía de Myriam de Magdala, quienes preparan el cuerpo de Jesús para su transformación y maestría.
Como puede apreciarse, en esas ofrendas se ocultan tanto los astros de la carta natal, en una conjunción que marca un proceso de era, como tres momentos o etapas, misión, de la persona: ese brillo avatárico de la hermandad solar para anclarlo en la Tierra y dejar sembrado para que el sol amaneciera en conjunto en su momento; la expansión y conexión de ese brillo y conciencia mayor; la maestría con una muerte y resurrección, cuidado desde la energía pisciana de compasión y unidad.
En resumen, estos sabios astrólogos caldeos seguían la estela de los astros de la carta natal, una carta natal especial, que marcaba la llegada de una de las semillas solares en la Tierra para sembrarla como muestra. Una semilla que había de crecer y polinizar para que el tejido humano recuperara su esencia solar en el momento del nuevo amanecer que predijeran las sabias lemurianas y luego grupo atlante en momento de sus respectivas caídas y desconexión con la conciencia solar.
No es el único avatar solar (Buda, Krisna), pero sí uno de los más representativos en la conciencia colectiva. Es un recuerdo de ese sol invicto, de ese solsticio del 21 de diciembre en el que la luz de la conciencia se enciende en medio de la oscuridad de la ignorancia (el fuego custodiado por tradiciones como la zoroastra o caldea) y va tomando posición y extendiendo sus rayos. Rayos que encienden llamas de otros altares sagrados, pues ese día se tomaba el rayo solar natural para encender el fuego sagrado del templo y que iba a custodiarse durante todos los doce pasos iniciáticos del año en que la luz interna y grupal fuera tomando su posición.
Esta celebración del seis de enero deja en la retina la simbología de ese mensaje en que cada uno puede recordar conectarse con su sol y estrella interior, ser sol y brillo, expandir la conciencia y unirse a otras estrellas y soles encarnados, liberarse de aquellos engaños que lo esclavizaban para poder madurar y tomar su maestría para hacer el siguiente ciclo. Es un recordatorio iniciático de nuestra conexión con la divinidad solar y conciencia para ser encarnación del sol y conciencia en la materia. Uniendo luz y amor, conciencia y materia, conciencia y energía. Deja una información secreta y misión conjunta de la Humanidad en un periodo de persecuciones de sabiduría para que se perdiera, para que no olvidáramos.